A escasa distancia del despoblado de Cuyacabras, se encuentra uno de los más bellos exponentes del eremitismo hispano. A poco menos de un kilómetro, por la pista forestal que se dirige a Regumiel, existe un pequeño enclave (la fuente de las abejas), donde al margen de la ruta se dispone de un espacio para aparcar el vehículo. En dicho punto de acceso, será necesario adentrarse a pie en el pinar y descender por una senda, unos 300 m., hasta el fondo de un reducido valle.
En un claro del bosque y sobre una planicie verde, que riega un minúsculo riachuelo, emergen dos montículos rocosos que albergan la covacha, oratorio y sepulturas de los sucesivos eremitas.
El derrumbamiento parcial del montículo occidental, el más prominente, ha cortado en sección la covacha artificial que servía de habitación al anacoreta, aunque es posible observar el trabajo de labra realizado en el fondo de dicha cavidad. En el área de acceso a la misma, se aprecia, enmarcado en un doble rebaje rectangular, un enigmático nicho u hornacina con doble arco de herradura, que presumiblemente formaba parte de una estructura funeraria.
Sin embargo, el elemento más destacado del conjunto es el espléndido arco de herradura esculpido en relieve que aparece sobre la pared del bloque oriental. Sobre el vano de dicho arco se advierte la impronta de una gran cruz griega, patada y con astil. La oquedad central, que se observa en la intersección delos brazos de aquélla, refuerza la hipótesis de que una cruz metálica de similares características estuvo inserta en este lugar. Estos elementos componían el frontal o cabecera del oratorio del eremita, una reducida aula rectangular de 4 por 2 metros, que se integraba de forma coherente con el espacio protegido por la covacha.
Dos sepulturas en forma de nichos laterales al pie de esta peña y una tumba de caja ovoide o de “bañera” sobre la cima del primer montículo, casi en el eje de la estructura funeraria inferior, constituyen los testimonios de una actividad eremítica prolongada.
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